La presión arterial es la fuerza con la que la sangre fluye a través de las arterias, impulsada por el bombeo del corazón. Este proceso asegura que la sangre circule de manera eficiente por todo el cuerpo, transportando oxígeno y nutrientes a los órganos y tejidos.
Cada vez que el corazón bombea, empuja la sangre hacia las arterias creando una presión arterial que puede medirse mediante dos valores: la presión sistólica, representa la presión máxima cuando el corazón se contrae y bombea sangre, y la presión diastólica, que es la presión mínima cuando el corazón se relaja entre latidos. Estos valores se representan como una relación, por ejemplo, 120/80 mmHg, donde el primer número representa la presión sistólica y el segundo, la diastólica.
Mantener una presión arterial adecuada es vital para el funcionamiento saludable del cuerpo, ya que garantiza que los órganos reciban suficiente sangre y oxígeno. Si la presión es demasiado alta (hipertensión), los vasos sanguíneos pueden dañarse con el tiempo, incrementando el riesgo de afecciones como ataques cardíacos, accidentes cerebrovasculares y problemas renales. Por el contrario, una presión arterial baja (hipotensión) puede reducir el flujo de sangre a los órganos, causando síntomas como mareos, debilidad o incluso desmayos.
La presión arterial puede estar influenciada por varios factores, como el estrés, el estilo de vida, la dieta, la actividad física, el consumo de sal y alcohol o la genética. Para mantenerla en niveles óptimos, se recomiendan hábitos saludables como una dieta baja en sodio o la práctica regular de ejercicio, e incluso en algunos casos, puede ser necesario el uso de medicamentos para controlar la presión y evitar complicaciones a largo plazo.